sábado, 27 de septiembre de 2014

Muchas veces entre el pasado y el presente sólo nos diferencia una mirada, una voz, una frase... Porque hay miradas que te desgarran el alma, que te hacen transportarte al pasado o a un futuro incierto.

Sé muy bien lo que me depara, sé muy bien que esto ya no tiene arreglo, sé casi con total seguridad que no volvería a intentarlo una vez más pero, aún así... Me hablas y me rompo en mil pedazos, me miras y desaparezco del lugar, me sonríes y pierdo la orientación...

Y es que es tan contradictoria toda esta situación, que a veces pienso que después de un año he pasado del sueño a una pesadilla, pero que esto no es realidad.

Aún sabiendo el daño que me haces y aún sabiendo que contigo pierdo más que gano, no dejo de imaginarnos en un banco hablando de la vida mientras observábamos lo corta que se hacía la noche y el tiempo que perdíamos contándonos anécdotas en vez de besarnos -como en nuestra primera cita-. No te voy a mentir; me hubiera gustado que mis sábanas tuvieran tu nombre, que mis manos siguiesen calientes al tenerte a mi lado, que siguiera ese brillo en mi mirada que nadie supo sacar...

No sé, creo que es lo que cualquier persona que desea con todas sus fuerzas ser feliz puede desear: despertar con un beso, que el sol que alumbre sus días sea los ojos de la persona que está en el otro lado de la cama, descubrir lugares y sensaciones, alcanzar objetivos...

Y ese es mi principal problema: que no debo centrarme en esos aspectos en una determinada persona que pasó por mi vida y no lo cumplió, sino en otra que esté por llegar. Y no sé... Observo miradas diarias de personas que me hacen dudar y, sobre todo, desconfiar en que sean capaces de cumplirlo.

Y es eso, que ahora tengo miedo, y que sigo sin creer que alguien bueno pueda aparecer, alguien que me eche de menos, que no pueda vivir sin mí, que se muera por verme a cada momento, que se enganche a mí... Algo que le ocurra todo lo que a mí me ha pasado. Pero que esta vez, por favor, todo salga bien...

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