Tal vez el hecho de volver a casa para muchos sea insignificante. Y despreciable, para muchos otros. Pero yo lo valoro inmensamente.
La gran mayoría de mis progresos los observo así, volviendo a casa. Porque he cambiado, no me han cambiado. He cambiado porque era necesario para mí y para los demás. Pero en especial para mí.
Y en días como hoy, observando cada rincón de la casa, cada regalo, cada carta, cada foto colgada en el tablón... Todo eso me hace ver cómo están las cosas y cómo han estado. Me hace ver que yo no he dejado nada atrás, sino que todo se ha ido quedando atrás, se ha perdido con el tiempo. Me hace ver que estar aquí y en estas circunstancias, en el fondo es bueno.
¿Qué quieres que te diga? La Elena de antes estaría ahora mismo tirada en la cama y llorando por ver cómo ha cambiado todo, por ver que ha alcanzado su meta pero que el camino está bastante empedrado... En cambio, no es así. Las lágrimas ya se acabaron, y sobre todo para las cosas que ya no tienen solución, para las personas que se han ido alejando y al final te han dejado un vacío inmenso en el corazón... Pero no pasa nada: todo se sustituye. Siempre seguirán apareciendo personas increíbles que te sorprendan (para bien y para mal).
Entonces, ¿para qué llorar y desear que todo sea como hace tiempo?
Eso es lo de menos, no vale la pena.
Da igual lo que hayas perdido, lo importante es lo que has ganado y te queda por ganar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario