miércoles, 5 de junio de 2013

1:00.

¿Qué fue de todos aquellos
que llegaron prometiendo la eternidad
y se marcharon
sin ni siquiera avisar?

Sin ni siquiera dejar
una nota en la nevera
para saberlo al despertar.

¿Qué fue de aquellos que me vieron nacer
y que no mueven
ni un sólo puto dedo
para volver a mi vida?

Y que ni se les ocurra...

Y, ¿qué fue de ti?
Que ni te reconozco
que me compraste con una personalidad barata
y ya no eres así.

Ya me extrañaba a mí que fuese todo tan mágico.

Pero me da igual porque escúchame
o mejor dicho, léeme
la verdadera amistad no es la que está contigo
desde tu niñez
sino la que consideras con la madurez.

Aunque muchas veces depende de las dos cosas.

Y sorprendentemente ocurre lo contrario con la familia:
la verdadera es la del principio
tu madre, tu padre y tus hermanos (si tienes).
Lo demás, como los políticos...
Cuanto más lejos, mejor.

Así que, dime:
¿no es normal que desconfíe?
¿No es normal que no me crea nada,
que todo me parezca un cuento,
que todo sea una farsa?

Que no me compren con palabras, joder,
sino con hechos.
Que las palabras vuelan,
y para volar o me fumo un porro
o me voy a casa.

Hazme ver algo extraordinario,
hazme flipar,
hazme retirar lo dicho.

Quédate conmigo siempre,
incluso cuando duerma.

Protege mi espalda, que lleva años herida de apuñaladas.

Y si me ves llorar, no me seques las lágrimas...
Sóplame en los ojos
o tírame arena en ellos,
para poder tener una excusa para hacerlo
y no llorar por cosas que no debo.



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