Cierto tiempo atrás, estaba más en el aire que en el suelo. Muchos no saben si eso es bueno o malo, pero por experiencia propia puedo confirmar que es muy malo. Me mantenía a base de ilusiones, y vivía a base de sueños. Llegué incluso a sentir una auténtica obsesión por no dejar de soñar. Pero tarde o temprano, quieras o no, ocurre. Nada es eterno, y eso lo aprendieron mis alas. Dejaron de funcionar y caí en picado. Lo peor es que las heridas me las tuve que curar yo sola, pero valió la pena. Seguidamente estuve unos cuantos años en rehabilitación, asimilándolo todo. Agobiada entre el tráfico, observando el gotear de los grifos que dejaron mal cerrados, familiarizándome con los relojes y ayudando en pleno otoño a las hojas de los árboles a no caer, para que no les pasara lo mismo que a mí... (¡Qué ilusa! ¿No?).
En cambio, aquí me tienes. Por no confiar, no confío ni en mí misma. Hasta mi sombra me ha engañado. Trato de buscarla para hablar con ella, y huye. Aunque, en cierto modo, prefiero esto antes que estar volando y cayendo... Volando y cayendo.
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