martes, 7 de agosto de 2012

No tener razón para quedarse es una buena razón para irse.

"No tenían muchas cosas en común. Sus edades eran distintas, sus maneras de caminar no coincidían y mucho menos la estatura (él para besarla tenía que agacharse o, de lo contrario, ella encontraría un murito para pararse y llegar al puerto de su boca). Casi nunca pensaban igual, tenían ideas muy diferentes. Él era dueño de sí mismo, ella una insegura de mierda. La vida les sonreía (esa era una de las pocas cosas que podían compartir) y bueno, sus manos... Parecían haber sido hechas como piezas exactas para encajar una con otra, y así le devolvían la sonrisa a la vida, con los dedos entrelazados y mirando a la misma dirección, como quien espera más de lo que tiene".

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