Tal vez lo nuestro se puede comparar con un reloj de arena.
Nos colocamos boca abajo, el tiempo comenzó a transcurrir sin decirnos nada como cada granito de arena que llega a la parte de abajo, y cuando nos vinimos a dar cuenta... La parte de arriba estaba vacía. Ya no quedaba nada.
Quizás nos dedicamos a inventar excusas sobre lo ocurrido. No quisimos aceptar la triste realidad, que todo (como decía el filósofo Heráclito) cambia, y nada es eterno. Y si te digo la verdad, soy yo ahora la que cada noche (cuando únicamente tengo tiempo para mí, para pensar y reflexionar) busca una excusa para volver, para regresar, aunque sea tarde. Aunque me grites, me mires fríamente, me desprecies o me rechaces. Buscaría una excusa con tal de estar un segundo a tu lado, y sentirme como me sentía hace apenas un mes. Como cuando paseábamos y me obligabas a sentarme a tu lado en el banco más próximo, con la excusa de besarme. Como cuando te contaba mis tonterías y me interrumpías, solo para que yo me hiciese la enfadada y lo arreglases con una caricia seguida de un beso. Como cada encuentro y cada despedida. Para que me entiendas: como aquel diez de marzo cuando con solo verte y abrazarte, ya suponía lo que pasaría esa noche. Temblaba no solo del frío, sino de los nervios... Pero tú supiste quitármelo. En conclusión: sí, desearía volver a sentirme así, como en todos nuestros momentos juntos.
En cambio todo lo ocurrido choca de una manera totalmente brusca contra todos estos pensamientos, y contra mis sentimientos. Y me deja desubicada, sin saber qué pensar, qué hacer o qué decir. Exteriormente puedo mostrar que he olvidado todo, que estoy mejor así, que ya nada me preocupa y que soy feliz. Mas nadie conoce en realidad la tormenta que vive en mi interior.
Desearía despertar un día, y encontrarme en un mensaje tuyo: "Buenos días, princesa. Todo ha sido una pesadilla. Es imposible que no estemos juntos. Hicimos una promesa, y hemos de cumplirla: tú, yo, siempre. ¿Recuerdas?".
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